Poesía: La nada significante 29-35
El vagón azul XXIX Sobre los edificios, las piedras tenían los zapatos llenos de alquitrán. El desorden en el río atravesaba un idioma ahogado en mastique. Dos viejas locas, con guitarra y pandereta en partes iguales, agitaban la mandíbula. Una tejía con los peces, la otra celebraba el sabor de las milanesas sobre el gas de nuestros ojos. En la plaza nunca era domingo; jamás vi el sueño de mis padres. La familia era la brisa en el televisor; soles trenzados, fantasmas consanguíneos y algunos petroglifos que aún juegan bowling. Almorzaban las hojas. Había una forma secreta de tirar la comida por la ventana. Todos teníamos pechos de paloma para acercarnos a los jabillos. La sopa llovía sobre los helechos, abajo en el apartamento de la vecina lisiada; luego me escondía detrás de las persianas como una foto. Crecí huyéndole a las alcaparras. A veces regresaba del liceo con un hambre bestial y no desperdiciaba los panes de oraciones. Una mañana bajé tocando timbres, con